octubre, 2022 Escribe Lucía Gadea Leer a Florencia Parentelli es una sacudida de realidad, te hace girar la cabeza, prestar atención, abandonar la conciencia individualista. Su literatura se enraiza en la lucha social pero no cae en el panfleto o en la propaganda, es poesía. Y si su poesía no implica lucha, si no nos deja temblando hasta los huesos por las injusticias, prefiere no escribir.
Si mi poesía no le grita a nadie para que se dé vuelta.
-No me abran ninguna puerta
Si mi poesía no es lucha, prefiero no ser.
Si mi poesía no va a dibujar ningún horizonte, prefiero no gastar tinta.
Coloca directo en el reflector acontecimientos incómodos, los puntos más sombríos de nuestra sociedad, nos enfrenta a ella y como lectores resta preguntarnos ¿Qué vas a hacer con lo qué te dice? ¿Acaso vas a seguir mirando para el costado?
Nadie le lloró a la mujer asesinada más de un día
y nadie colgó un pabellón a la mitad por ella.
Tampoco por el hombre que murió de frío en la calle.
Su poética ahonda en el desamparo, en la soledad de las grandes ciudades, en ese anonimato no deseado, dónde la ternura parece haber muerto:
Nunca nadie me preguntó mi nombre.
Llegue a la ciudad sin ventanas
y con los talones sangrando.
Sintiendo el peso de mi propia carne sobre mis hombros,
la perspicaz culpa de la espera de un abrazo
y las violentas reverencias a quienes no me miraban.
Y nunca nadie me preguntó mi nombre.
El contacto con el otro es deseado pero a la vez temido (Le conté a mi madre que no podía mirar a nadie a los ojos, /la confrontación directa me ponía nerviosa), las personas son capaces de cometer atrocidades que su yo lírico no duda en gritarlas, la inmundicia corroe sus cuerpos.
Todavía están ahí, llenos de inmundicia
No se fueron
y tengo que salir a mirarlos
¿Cómo entonces no tener miedo, no querer volver a la dulce infancia donde ocultarse bajo los acolchados era una opción viable?
La poesía es la respuesta, los poemas que no quieren ser poemas son las armas, los escudos para salir a enfrentar a esa sociedad, para no ahogarse en su yoísmo.
La interrogante a futuro es si la literatura bastará para llenar los vacíos, para combatir al desamparo:
Porque me duelen los vacíos
y quizás la literatura
no siempre pueda llenarlos.
Selección de poemas a cargo de Florencia Parentelli y Lucía Gadea:
I
Busco los pedazos de la primera vez que amé el cielo
para empapelar con ellos el recuerdo de tu risa.
Corrí todos los muebles de mi alma
buscando un viento del este
o algo puro y efectivo.
Porque me duelen los vacíos
y quizás la literatura
no siempre pueda llenarlos.
II
¿A quién le debía entonces yo ese amor?
Quizás a la cera, que un domingo en la iglesia
no se animó a quemarme las manos.
Al piano que jamás aprendí a tocar,
o a las agujas del reloj de casa
que giraban todos los días con el mismo esfuerzo.
Grité por primera vez cuando aprendí a llorar sin rasparme la garganta
Todo lo que siempre fue,
se volvió cotidiano.
Recién cuando le aprendí a llorar.
III
Le conté a mi madre que no podía mirar a nadie a los ojos,
la confrontación directa me ponía nerviosa.
Ella dijo que era porque tenía miedo de ver que se escondía tras ellos.
Esto no es un poema. Ni lágrimas
Tengo miedo.
No quiero que esto sea un poema
Quiero tener 8 años,
poder refugiarme bajo los acolchados
cada vez que tengo miedo a enfrentar el mundo.
No quiero que esto sea un poema.
Y tener que mirarlos
a todos ustedes.
Cuando lloraba mi madre me decía que estaba bien,
que me limpiaba por dentro.
Pero era mentira.
Todavía están ahí, llenos de inmundicia
No se fueron
y tengo que salir a mirarlos
No hay acolchados.
No hay lluvia, ni lágrimas
Y no quiero que esto sea un poema.
Nadie le lloró a la mujer asesinada más de un día
y nadie colgó un pabellón a la mitad por ella.
Tampoco por el hombre que murió de frío en la calle.
Ustedes siguen ahí.
Tengo miedo.
Y esto,
esto es un poema.
IV
Nunca nadie me preguntó mi nombre.
Llegue a la ciudad sin ventanas
y con los talones sangrando.
Sintiendo el peso de mi propia carne sobre mis hombros,
la perspicaz culpa de la espera de un abrazo
y las violentas reverencias a quienes no me miraban.
Y nunca nadie me preguntó mi nombre.
Nunca terminé en esos pasillos de depositarme entera
Y aunque hasta el día de hoy los recorro en sueño,
nunca tengo la suficiente angustia,
la suficiente entereza
la suficiente bravura
para mirarlos y decirles:
Es absurdo
Incoherente
Humillante
Violento
Irrespetuoso
Deprimente
Egoísta
Es tremendamente de cobardes,
que nunca nadie,
nunca nadie me preguntó mi nombre.
V
Si mis palabras no llegan como piedras en los zapatos de quienes manchan el camino.
Si mis versos no abrazan a quienes tienen frío.
Si mis letras no se tatúan en la piel de quienes se alimentan de injusticias.
Si mis poemas no condenan a quienes se ríen sin dar luz
-No me abran ninguna puerta-
Si mi poesía no le grita a nadie para que se dé vuelta.
-No me abran ninguna puerta-
Si mi poesía no es lucha, prefiero no ser.
Si mi poesía no va a dibujar ningún horizonte, prefiero no gastar tinta.
ACERCA DE LA POETA
Florencia Parentelli nació un 31 de mayo de 2003 en una pequeña ciudad del interior del país en los límites entre Colonia y Soriano. Es hija, hermana mayor, lectora apasionada, amiga, compañera y estudiante de la Licenciatura en Letras. A los 11 años creó su primer poema a partir de un poema político de Mario Benedetti queriendo quejarse ella también de algo. Escribe desde el acto de habitar, de evocar lugares, recuerdos, personas o de vomitar rabia social. Porque la poesía para ella es eso, enfrentar fantasmas, descubrir el dolor del mundo una vez que se nombró en alto. Hoy tiene dos libros publicados [1] y sobre todo el compromiso de ser mujer y poeta, en una historia en el que este asunto sangra y por lo tanto convoca.
[1] El patio de mi casa (2021) y Otoños depurados (2022)
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